Y por lo que respecta a la opinión pública, la mayoritaria al menos, difícilmente podría ahora enfrentarse a la verdad de lo ocurrido el 11-M sin cuestionarse su propia actitud ante las consecuencias de aquellos hechos.
José María Marco
Las matanzas del 11-M son el cimiento de un cambio de régimen, un giro histórico en la vida española. Vinieron precedidas de las movilizaciones contra el Gobierno de Aznar, propiciadas por el desprecio del PSOE hacia la democracia y por el desprecio del PP hacia la opinión pública.
Entre el 11 y el 14 M comprendimos el alcance de estas dos actitudes. El PSOE y los medios afines mintieron, manipularon y violaron las reglas democráticas. El Gobierno del PP quedó agarrotado y sin capacidad de respuesta a medida que veía cómo se urdía la trama de la relación de las matanzas de Madrid con el apoyo español a la Guerra de Irak. No habiéndose argumentado este, ahora no había forma de contrarrestar la propaganda, por muy burda que fuera.
Desde entonces, las matanzas del 11-M han sido tabú para los dos partidos. Para el PSOE, porque su llegada al poder y el advenimiento del nuevo régimen han quedado para siempre relacionados con el crimen: fueron su preludio y su inauguración. Para el PP, porque lo que se escenificó aquellos cuatro días fue el pavor del Gobierno popular a verse involucrado vía Irak en aquella barbarie.
De fondo, está la actitud de un número significativo de españoles, que en cuestión de horas decidieron ensimismarse y rendirse al terror. Por lo mismo, se dio por cerrado el 11-M, que quedaba reducido a un episodio o un accidente. El PSOE podía aprovechar esa actitud sin más límite que el tamaño cada vez abultado y flagrante de las mentiras. Pero nada hay insalvable para quienes han hecho del cinismo y del fanatismo la base de su actitud. El PP, en cambio, tenía que alejarse lo más posible del recuerdo de los hechos, pasar página, como se ha dicho, so pena de verse castigado por unos electores que han optado, con plena conciencia de lo que hacen, por no saber nada de aquel asunto.
Como suele ocurrir con cualquier tabú, también este conlleva una confesión por parte de quienes lo aceptan. Todo el mundo tiene algo que ocultar. En cuanto al PSOE, resulta evidente: con sólo lo que se sabe de lo que hizo en aquellos días, ya sería bastante para poner en cuestión su llegada al poder. En cuanto al PP, él mismo abandonó los argumentos que le habrían permitido una defensa consistente y una respuesta verosímil. Y por lo que respecta a la opinión pública, la mayoritaria al menos, difícilmente podría ahora enfrentarse a la verdad de lo ocurrido el 11-M sin cuestionarse su propia actitud ante las consecuencias de aquellos hechos, consecuencias de la que esa misma opinión es responsable.
Así que nos encontramos con que el nuevo régimen de Rodríguez Zapatero, esta segunda Transición a la que estamos asistiendo desde marzo de 2004, no sólo está marcada por el crimen. También lo está, en sus mismos fundamentos, por la imposibilidad de saber qué es lo que ocurrió el 11-M. Toda la vida pública española está desde entonces enturbiada por el crimen y contaminada por el silencio. Cunde la convicción de que si lo ocurrido empezara a hacerse público, todo el sistema político español se hundiría, de tan lejos como parece que llegan las complicidades en cuanto a los hechos y en cuanto a sus consecuencias.
La sentencia del Tribunal Supremo apunta sin remedio hacia ese punto ciego en el que la verdad no puede decirse, habiendo quedado la mentira al descubierto. ¿Qué se puede fundar en esto? Poco. El que hable o quiera saber será el chivo expiatorio y se le endosarán los pecados de todos. Así es como el tabú ha transformado ya nuestro sistema político, hasta el punto de empezar a convertirlo en la ficción, la sombra de una democracia liberal.Modificar la configuración mediante la Web (ID de Yahoo! obligatoria)
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