El día 19 de julio nos trajo el recuerdo de dos acontecimientos que tuvieron una gran repercusión en el devenir de nuestra historia: en el año 711, la derrota de don Rodrigo, último rey de la monarquía visigoda. En 1808, la victoria del general Castaños en Bailén, que pudo suponer el comienzo del declive militar de Napoleón. En la primera hubo algunos traidores, uno de ellos fue el conde don Julián, gobernador de Ceuta. En la segunda, según cuentan las crónicas, las tropas procedentes de Sevilla y Granada, contaron con dos aliados no previstos por los franceses: las altas temperaturas de la zona y la colaboración de la sociedad civil de la comarca.
Se dice que la historia la cuentan siempre los vencedores pero yo creo que esta afirmación es una falacia. Las fuentes de la historia son muy diversas y ello propicia una correcta documentación de los hechos. La interpretación de los mismos es sólo responsabilidad del sujeto que la realiza.
Los hechos antes mencionados me evocan un acontecimiento del primer lustro del siglo XXI. Soy consciente de que una conflagración mundial y dos batallas entre sendos ejércitos no son comparables –cuantitativamente– al mayor atentado terrorista de Europa en el siglo que corre. No obstante, creo que hay aspectos, algunos debidos a la condición humana, que nos pueden sugerir algunas coincidencias entre ellos.
La España de este siglo arrancaba la nueva centuria en unas condiciones sociopolíticas inmejorables si la comparamos con los dos siglos precedentes. La monarquía propició una democracia que se consolidaba como forma de convivencia. Nuestra integración en Europa y en la zona euro nos permitían afrontar con optimismo el nuevo siglo. La alternancia en el gobierno de los grupos políticos mayoritarios era una buena prueba de nuestra madurez y estabilidad democrática. En el ámbito internacional, España ocupaba un lugar acorde con su historia y su potencial económico. ¿Qué razones podían explicar una masacre tres días antes de las elecciones legislativas? Si las motivaciones fueron de naturaleza política, como parece el caso, ¿por qué la víctima elegida fue el pueblo liso y llano?
Transcurridos siete años y medio de la masacre, el Estado, responsable de velar por la seguridad de sus ciudadanos, no sabe o no quiere explicar a las víctimas ni al pueblo las motivaciones que desembocaron en un crimen tan monstruoso. Tampoco parece dispuesto a investigarlo hasta las últimas consecuencias. Difícilmente se podría prevenir la repetición si los vencedores tienen necesidad de cobrarse una presa tan indefensa como lo somos las víctimas del atentado, el pueblo.
La "paz" reclamada y derivada del 11-M, procedente de una guerra inexistente, tiene ya identificados a los vencidos: las víctimas del pueblo español. Los vencedores siguen pendientes de identificación y de castigo. Produce cierta repugnancia el pensar que todo un Estado de Derecho, poseedor del monopolio de la prevención y de la investigación del crimen, permanezca insensible o rehúya de sus responsabilidades más elementales.
Si don Julián contribuyó al asentamiento musulmán durante siglos en la península, ¿sería muy exagerado pensar algo similar de los traidores que han contribuido a los atentados de los trenes y a la ocultación posterior de los hechos y sus motivaciones? ¿Dónde si no podemos buscar a los vencedores de una guerra imaginaria sobre la que nos pedían paz a las víctimas y los realmente vencidos? ¿Acaso es la paz actual la que se pedía aquellos aciagos días?
Un sector del pueblo español, como en Bailén, trabaja y lucha con fe y con denuedo para que, algún día, las víctimas dejen de ser los vencidos olvidados del 11-M y la verdad y la justicia se instalen en la España actual. Sólo nos falta un general Castaños.
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