lunes, enero 16, 2012

"Yo vendí las tarjetas por las que Zougam fue condenado"

EL MUNDO

"Yo vendí las tarjetas por las que Zougam fue condenado"

16/01/2012
PORTADA

«El día que nos detuvieron Jamal estuvo leyendo por la mañana en EL MUNDO la noticia de que había aparecido una mochila. Cuando llegó la Policía a la tienda, el periódico estaba abierto por esa página»

Bakkali, socio del locutorio, relata cómo cobró a 'El Chino' 9 euros por cada tarjeta que, según la sentencia, el condenado «suministró» a los autores del 11-M


La sentencia que condenó al ciudadano marroquí Jamal Zougam a pasar el resto de su vida en la cárcel como único autor de los atentados del 11-M afirma que fue él quien «suministró» a los terroristas las tarjetas que utilizaron para activar los móviles que actuaron como temporizadores de las bombas.

En realidad, esas tarjetas se vendieron en su locutorio, una tienda abierta al público del bullicioso barrio de Lavapiés, el que concentra a más marroquíes en Madrid. Mohamed el Bakkali, que en 2004 era estudiante del doctorado de Física Aplicada en la Complutense y socio de Jamal Zougam y de su hermano en el locutorio, accedió a relatar en una entrevista con EL MUNDO cómo se produjo esa venta, que él atendió personalmente, sin que Zougam tuviese ninguna intervención.

Mohamed Bakkali fue arrestado el 13 de marzo de 2004 junto a Jamal Zougam y su hermano sólo porque la tarjeta que se encontró en la mochila de Vallecas había salido de su locutorio. Después, la Policía difundió masivamente la foto de Zougam y lo presentó como el autor del atentado, y varias personas acudieron a testificar que lo habían visto en los trenes.

En junio de 2004, Bakkali declaró voluntariamente ante el juez instructor, Juan del Olmo, que había sido él quien vendió las tarjetas, y reconoció en fotografías a Jamal Ahmidan, El Chino, como la persona que se las compró a nueve euros. Asumía así el riesgo de que el juez decidiese mantenerlo en la cárcel, pero su familia le aconsejó que dijese la verdad.

Días después, la fiscal pidió que saliese en libertad ante los «débiles indicios» contra él. Zougam, en cambio, fue condenado porque Del Olmo primero y el tribunal, después, creyeron a dos testigos rumanas que declararon en circunstancias extrañas que fueron ocultadas por la Policía y el Ministerio del Interior a los jueces y a la defensa, y que este diario publicó hace un mes tras una larga investigación periodística.

Bakkali nunca había hablado en público, porque el abogado de Zougam no le citó para declarar en el juicio. Cuando ese letrado lo pidió, ya avanzada la vista y ante la insistencia de la familia, el tribunal denegó esa solicitud por extemporánea. Sin contar con el testimonio de Bakkali, los jueces concluyeron que la tarjeta había sido «suministrada».

Pregunta.- ¿Desde cuándo trabajaba en el locutorio de Zougam en Lavapiés?
Respuesta.- Desde el principio, cuando abrió el locutorio, en diciembre de 2001. Entonces se empezaban a usar mucho los móviles, Jamal y su hermano me propusieron poner un negocio juntos y yo necesitaba dinero porque no tenía una beca con la que pagar mis estudios.

P.- No era empleado, entonces, sino socio.
R.- Sí, yo era socio.

P.- Es decir, que era tan dueño del locutorio como Jamal Zougam.
R.- Los tres éramos igual de dueños, Jamal, su hermano y yo. Teníamos tanto trabajo que no teníamos tiempo para ninguna otra cosa.

P.- ¿Qué actividad llevaban a cabo en el locutorio?
R.- Vendíamos tarjetas, accesorios, baterías, reparábamos teléfonos, también los vendíamos...

P.- ¿Vendían teléfonos móviles también?
R.- Sí. Y cargadores... cualquier cosa que tuviese relación con un teléfono.

P.- ¿Y liberaban teléfonos?
R.- Sí, también.

P.- ¿Cuánto tiempo pasó usted en prisión por el 11-M?
R.- Un poco más de tres meses.

P.- ¿Cuando le detuvieron, le informaron de por qué lo hacían?
R.- Fueron unos días muy duros, yo estaba muy mal, lo pasé muy mal, sabía que era por el atentado, pero no tenía claro por qué.

P.- ¿Sabía que era porque la tarjeta que encontraron en una bomba que no explotó había salido de su locutorio?
R.- Empecé a saberlo dos días después, porque no paraban de preguntarme que a quién le había vendido las tarjetas. Le di a la Policía el nombre de casi 20 locutorios a los que vendíamos tarjetas al por mayor. Uno en Barajas, otro en Vallecas... El tercer o el cuarto día, o puede que más tarde, me acordé de que habían venido a comprar tres chavales con acento de Tetuán. Uno bajito, con un chándal verde y una mochila. Y me compraron como 12 tarjetas o así. Estábamos Abderrahim Zbakh, que era un empleado, y yo. Fue Abderrahim quien se las dio, pero yo estaba con él. Se las vendimos por nueve euros cada una. Y todo esto se lo conté a la Policía, aunque en ese momento no sabía todavía que esos chicos de Tetuán eran los autores del atentado.

P.- ¿Y cuándo supo que esas personas podían ser los terroristas?
R.- Cuando entré en prisión, el 17 o 18 de marzo, nos juntaron en aislamiento en la cárcel de Soto a todos los que estábamos detenidos por el 11-M. Hablábamos por la ventanilla de la puerta. Y había uno que se llamaba Otman [se refiere a Otman Gnaoui, condenado a 40.000 años de cárcel por el 11-M], que era de Tetuán y decía que trabajaba para El Chino. Yo no sabía quién era El Chino, al principio pensaba que era un chino de verdad, pero entonces esas personas de Tetuán se quedaron fijadas en mi cabeza. Otman me habló de ellos y yo empecé a conocer toda la historia y pensé: «Ya está, pueden ser ellos». Después supe que Abderrahim había dicho lo mismo y avisé a mi abogada.

P.- ¿Y qué ocurrió?
R.- No teníamos periódicos en la cárcel, así que yo no podía ver su fotografía. Como dibujo muy bien, la abogada me pidió que hiciese un dibujo de la persona que compró las tarjetas. Se lo hice con un bolígrafo y ella me dijo que se parecía a El Chino. En la siguiente visita, me trajo un periódico con su foto y yo me puse a gritar, porque ésa era la persona a la que le había vendido las tarjetas, y pedí ir a declarar.

P.- ¿Usted sabía que asumía el riesgo de que le dejasen en prisión por haberle dado las tarjetas a los terroristas?
R.- La abogada me aconsejó que no dijese nada, que me iba a arriesgar mucho porque El Chino era el autor de los atentados y podían condenarme. Hablé con mi padre y con mi hermana y me aconsejaron que dijese la verdad.

P.- ¿Estaba Jamal Zougam en la tienda cuando usted vendió las tarjetas?
R.- Sí, pero no tuvo ninguna relación con El Chino. La tienda tiene dos plantas, el sótano, donde se hacen las reparaciones, y la planta de arriba, donde están el mostrador y el almacén. Jamal estaba subiendo y bajando mientras Abderrahim y yo atendíamos. No tuvo ningún contacto. Fue una compraventa normal.

P.-¿Recuerda si la actitud de El Chino fue extraña por algún motivo?
R.- Todo fue normal, no hubo nada raro. A la tienda iba mucha gente a comprar tarjetas. Aquel día había mucha gente.

P.- Ha dicho que El Chino iba con otros dos.
R.- Abderrahim me dijo que los otros dos podían ser los hermanos Oulad Akcha.

P.- ¿Los había visto antes?
R.- No, ni a El Chino ni a ninguno de los otros dos.

P.- ¿Recuerda que volvió al día siguiente?
R.- Sí, recuerdo que volvió para cambiar una tarjeta. Vinieron El Chino y otra persona. Estaba Jamal Zougam también, pero abajo. Le atendí yo, me dijo que una tarjeta no tenía saldo. A mí me pareció raro, porque eso no pasa nunca, pero comprobé que no tenía saldo y se la cambié. Tenía que ser un viernes, porque es el día que le tocaba librar a Abderrahim, que no estaba.

P.- ¿Está seguro entonces de que fueron usted y Abderrahim quienes le vendieron a El Chino las tarjetas del 11-M y no Jamal Zougam?
R.- Segurísimo. Se lo conté a la Policía, al juez, a mi abogada... A todos.

P.- Pero ni usted ni Abderrahim fueron al juicio.
R.- No nos llamaron.

P.- ¿Usted lo pidió?
R.- Yo se lo dije a la familia de Jamal Zougam, que le pidió a su abogado que me llamase a declarar, pero él no hizo caso. Además, los indios que nos vendieron las tarjetas también me las vendieron a mí.

P.- ¿También compró usted las tarjetas?
R.- Sí, yo era el encargado de comprar al mayorista y luego de vender. Les compré a los indios 200 tarjetas de Amena.

P.- ¿Recuerda haber estado con Jamal el día anterior al atentado?
R.- Sí, fue un día normal y corriente. Se fue a la hora del cierre, se fue al gimnasio con unos amigos del barrio, con el peluquero Hassan y otras personas.

P.- ¿Y el 11-M?
R.- Como todo el mundo, normal, hablamos del atentado, que si había sido ETA... La gente estaba muy tocada, porque había sido cerca del barrio, y Jamal estaba afectado, como todos.

P.- ¿En algún momento pensaron que los autores podían ser personas cercanas a ustedes?
R.- En ningún momento. Yo fui a la manifestación y todavía pensaba que era ETA.

P.- ¿Y el día que los arrestaron, el 13 de marzo, estuvieron juntos?
R.- Había un rumor, mucha gente empezaba a decir que el atentado era cosa de Al Qaeda. Lo vi en internet, estuve mirando... Y yo fui por la mañana al quiosco de Lavapiés a comprar EL MUNDO y bajé con él al sótano y estaba Jamal. Estuve leyendo todo lo que ponía de la mochila. Jamal estaba limpiando un Nokia 3510 que estaba mojado y yo le conté lo de la mochila y él lo estuvo mirando conmigo.

P.- ¿A qué hora ocurrió eso?
R.- Hacia la una. Después, nos fuimos a comer al restaurante Al Baraka y luego, cuando volvimos al locutorio, nos detuvieron. Cuando llegó la Policía, el periódico estaba abierto por la página en la que hablaban de la mochila. Le hicieron una fotografía y se lo llevaron como estaba, abierto por esa página.

P.- ¿Usted cree que Jamal es capaz de poner una bomba en un tren?
R.- Para nada, yo he compartido tres años con él y nunca he visto ninguna cosa rara. Habría sido el primero en decirlo si hubiese visto algo.

P.- ¿Habló alguna vez con él de sus ideas? ¿Era una persona radical?
R.- Cuando le conocí en 2001, había tenido un problema con Francia [se refiere a una comisión rogatoria que envió ese país porque a un islamista se le encontró un teléfono parecido al de Zougam, aunque luego no se confirmó que lo fuese]. Y ese problema había cambiado su vida, él decidió alejarse de todo el mundo. Se dedicó al deporte, a comprarse ropa buena... En el barrio la gente decía que había cambiado.

P.- ¿Pero sus ideas religiosas eran muy radicales?
R.- No, él es practicante, pero tampoco muy religioso. Reza y ya está.

P.- A Jamal le acusan de ser una persona cercana a Abu Dahdah.
R.- Yo empecé a ir por el barrio a finales de 2001, y a Abu Dahdah lo detuvieron en noviembre, yo no lo conocía. Lo que sé de él es que me han contado que vendía de todo, ropa, miel, ordenadores, de todo... Era una persona muy conocida en el barrio de Lavapiés, ahí hay muchos árabes y se conocen.

P.- ¿Y a Serhane El Tunecino?
R.- También era conocido en el barrio, compraba y vendía cosas y tenía una tienda cerca de nuestro locutorio de la calle de Almansa.

P.- ¿Sabían que era una persona radical?
R.- Nunca hablé con él de nada de eso. Sólo me acuerdo de que le gustaba mucho regatear.

P.- Cuando a usted le dejaron libre, en junio de 2004, ¿qué es lo que le explican?
R.- Que la Fiscalía lo pidió porque no había ninguna prueba contra mí.

P.- Usted era el dueño del locutorio del que salieron las tarjetas, se las dio a El Chino y además conocía a Serhane El Tunecino. Son pruebas muy parecidas a las que hay contra Jamal Zougam, pero usted quedó libre a los tres meses y él va a pasar el resto de su vida en la cárcel.
R.- La única diferencia son las testigos.

La prescripción se acerca

JOAQUÍN MANSO
16/01/2012 ESPAÑA

En marzo se extinguiría el hipotético falso testimonio de las dos rumanas si antes no se admite la querella contra ellas.

Esta semana se cumplirá un mes desde que los abogados Eduardo García Peña y Francisco Andújar, representantes legales de Jamal Zougam desde después del juicio en la Audiencia Nacional, presentaron en la plaza de Castilla una querella por falso testimonio contra las testigos C-65 y J-70, las dos mujeres rumanas cuya declaración fundamenta su condena como único autor vivo del 11-M. La juez a la que le ha correspondido la causa aún no ha tomado ninguna decisión que afecte al fondo del asunto.

Según las normas del Código Penal, el delito de falso testimonio prescribe a los cinco años de haberse cometido. Las testigos comparecieron en el juicio el 13 de marzo de 2007, por lo que ese mismo día de 2012, dentro de dos meses escasos, se extinguiría su hipotética responsabilidad penal y, con ella, la última oportunidad que tiene Zougam para que se revise su condena (al menos hasta que el Tribunal de Estrasburgo examine su demanda, lo que no ocurrirá, probablemente, hasta 2016).

Zougam fue condenado por la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo a pasar el resto de su vida encerrado 21 horas al día en una celda de aislamiento bajo la «principal prueba de cargo» del testimonio de dos mujeres rumanas que en el juicio dijeron que viajaban juntas y que, entre múltiples contradicciones, afirmaron que lo vieron pasar de un vagón a otro.

Este diario reveló que una de ellas, la testigo J-70, no acudió a identificarle hasta que no había pasado casi un año desde el atentado, pero que lo hizo sólo 15 días después de que los técnicos del Ministerio del Interior la descartasen como víctima porque ni siquiera creían que hubiese estado en los trenes, cerrándole así la puerta a recibir las indemnizaciones y los papeles para regularizar su situación en España. Tras acusar a Zougam, fue incluida inmediatamente en el listado de víctimas y terminó cobrando 48.000 euros. Interior ocultó estos datos a la defensa y al tribunal, que condenaron al marroquí sin poder valorar la credibilidad de la testigo conforme a estas circunstancias.

EL MUNDO asimismo publicó que la otra testigo, C-65, afirmó en su primera declaración ante la Policía que quien le acompañaba era otra mujer distinta a la testigo J-70 y que esa persona también identificó en fotografías a Jamal Zougam, aunque de ese testimonio no hay ni rastro en el sumario. El marido de C-65 cobró una indemnización como víctima de otro tren y su hermano lo intentó pero fue descartado, aunque los dos dijeron que viajaban juntos. Todas estas circunstancias le fueron ocultadas a la defensa y al tribunal.

La ley y la jurisprudencia configuran de un modo muy estricto el recurso de revisión penal, el único que le quedaría a Jamal Zougam. Para ello, necesitaría algo que, realmente, es dificilísimo: que las dos testigos fuesen condenadas en sentencia firme por mentir en el juicio. Sólo ha ocurrido siete veces en los últimos 20 años, y siempre porque los falsos testigos confesaron su delito. El primer paso sería que la juez admitiese la querella antes de que la prescripción se haya echado encima.

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