Treinta años procurando crecer de verdad, cumpliendo el mandato de Adolfo Suárez de hacer legal lo que es normal, haciendo mal que bien los deberes europeos y atlánticos, en la OTAN y en Niza, donde se consiguieron no pocas cosas. Treinta años de combate contra ETA, mal llevados en una época y bien llevados, con la ley en la mano, en otra. Treinta años de tensiones autonómicas, superadas con sentido común por González, por Aznar, por Pujol. Treinta años de desgaste de las izquierdas irredentistas, condenadas para siempre a la minoría, y de incorporación al sistema de la Izquierda Unida de Julio Anguita. Treinta años de ensayos para llegar a ser un país desarrollado y no sólo un país con dinero, con más dinero del que habíamos tenido nunca: intentando no ser pobres con plata, como dice García Márquez, sino ricos, cultos, con saber científico y técnico, a pesar de la LOGSE, que habríamos podido remediar con la LOCE.
También, treinta años ganando derechos y adquiriendo algunos deberes, pero sin llegar a comprender del todo por qué teníamos que asumirlos. También, treinta años dando por sentada la lealtad de unos socios no tan leales, tragando literatura sobre la locomotora francoalemana, alimentando el antiamericanismo. Pero, con eso y todo, acumulando, para bien, errores, aciertos, remiendos. A pesar del GAL, de los roldanes y los paesas, de las figuras del pelotazo, de los negocios jamás explicados de algunas personalidades de primer nivel.
Entre 1996 y 2004, unas cuantas reparaciones. Una reorientación de la política exterior, firme pero sin rupturas, para consolidar el papel de España como primer inversor en Hispanoamérica. Una representación numéricamente digna en Europa, conseguida en Niza. Unos avances importantes en la lucha contra el terrorismo. Un cierto control de la inmigración. Negocios saneados. Un intento de mejora de la enseñanza que no pudo ser: hay cosas que no se pueden dejar para el final. Y de pronto llegó el comandante y mandó a parar. Que a nadie llame la atención la cita: el otro comandante tampoco es militar; es abogado, como éste: sólo se disfrazó para imponer, como Rainiero, que no tenía un gran reino pero sí un bonito traje diseñado en casa.
No sabemos qué pasa realmente en la economía. O lo sabemos porque los economistas amigos nos lo explican como buenamente pueden, no porque el ministro del área se caracterice por su locuacidad. Es probable que, para cuando este artículo se publique, los españoles tengamos 45.000 millones de euros menos de fondos europeos.
Mi generación no volverá a ver una sola de las antiguas patatas, aquellas que no tenían brotes y quedaban crujientes cuando se freían, porque no habrá campo en condiciones de producirlas, y nuestros nietos morirán sin haberlas visto jamás: alguna muestra antigua, si es que estudian paleobotánica.
Sabemos qué pasa en la escuela: más LOGSE, más ignorancia, menos capacidad de competencia, menos valores, menos interés por el mérito. Para esto no existe razón política, ideológica ni económica alguna: es pura maldad del Gobierno, delectación perversa en el espectáculo del fracaso. Lo digo porque a alguien se le puede ocurrir buscar causas objetivas: no las hay. No sirve ni siquiera la teoría conspirativa, la que imagina pactos con poderes ocultos para hundir una nación en la oscuridad: estos tíos son así, analfabetos y soberbios, convencidos de ser superiores. Pepiño Blanco es la prueba: suelta discursos como si tuviera algún carisma, sin ojeto ni conceto de cierto peso. Y después dice cómo hay que educar. Claro que ruega por el aprobado general caótico: espera salvarse.
También sabemos qué pasa en la sanidad: está transferida, de modo que aquí funciona y allá no. Pasqual Maragall y su socio municipal Clos invirtieron nuestro dinero en una monstruosa operación inmobiliaria, de las del tres por ciento, tal vez más, llamada Fórum de las Culturas. Fue un fracaso y no recuperaron la parte pública de la pasta: fue entonces cuando el president tuvo la brillante idea de proponer el canon de un euro por consulta en la Seguridad Social. No prosperó, como tampoco prosperó la idea del alcalde de multar a los mendigos; en realidad, no era una idea muy original: se le había ocurrido a Chumy Chúmez hace unos cuantos años, y la había expuesto en una viñeta (imagen de mendigo pidiendo bajo un cartel: Prohibida la mendicidad bajo pena de multa de 30.000 pesetas).
En política exterior, hemos perdido unos cuantos amigos pero hemos ganado otros. Perdimos a los americanos, a una porción importante de los alemanes, a los franceses que se dieron cuenta de que los papeles para todos en España representaban varios haces de leña para el fuego de la intifada de la banlieu. En una sonada operación de blanqueo, hemos ido al Vaticano a denunciar a nuestros obispos porque en España hay escuelas católicas desde hace la tira de siglos y ya estamos cansados, y porque además tienen una radio que pone de los nervios al presidente. Pero ganamos Marruecos porque hemos pedido disculpas por aquello de Perejil, hemos renunciado al Sahara y no decimos nada cuando el rey de ahí dice en discurso oficial que Ceuta y Melilla son ciudades ocupadas. El presidente iraní nos mira con indulgencia porque no hemos abierto la boca a propósito de eso de borrar a Israel del mapa: en realidad, casi nadie ha dicho nada al respecto, con la notable y clara excepción de la cancillería de Benedicto XVI, que declaró lo que declaran las personas de bien: que israelíes y palestinos tienen derecho a sus respectivos estados. Por otra parte, marroquíes y argelinos y tunecinos siguen entrando por nuestro gruyere fronterizo, tal vez a cambio de gas: llegan, se empadronan y tienen derecho a asistencia sanitaria; no se preocupe, hombre, paga la casa, yo sé que mañana usted pagará mi jubilación o me evitará los engorros de la vejez con una bomba oportunamente detonada un poco antes.
Más política exterior, más amigos: Chávez y Castro nos quieren mucho, lo cual no significa que el primero nos regale petróleo. Y eso que no todo lo que hace uno lo hace el otro: por ejemplo, Castro es amigo de Fraga, y Chávez, en cambio, lo boicotea desde el correo venezolano, que no es del Estado sino suyo. Kirchner y Lula están en segundo plano: serán más amigos cuando se decidan a empezar a expropiar, supongo.
Más política exterior, más ideas brillantes: I love Kerry.
Y además quiero hacer una alianza de civilizaciones, qué le parece, señor Annan padre. Más que una alianza, un matrimonio de civilizaciones, o de entidades civilizacionales, es una cuestión semántica irrelevante. Nadie había hecho ridículo semejante desde Chamberlain, pero hay motivo: la otra civilizacionalidad es inocente de toda inocencia, el terrorismo, ya se sabe, nace como las algas en el mar de la injusticia universal, y si no que se lo pregunten a Otegui, o a Pakito. El islam moderado, que nada falta en la viña del Señor, anhela desde el fondo de su corazón abrazar a Occidente: yo lo sé, me lo dijeron, aunque no hayan venido a la Cumbre de Barcelona. ¿Israel? ¿Dice usted que Israel es Occidente? Vaya idea, caballero, no pretenderá usted que el islam moderado abrace también a Israel: no es tan moderado. Y en una alianza, ya se sabe, las dos partes conceden: ellos ponen el abrazo y nosotros ponemos a Israel. Era lo que Moratinos había acordado con Arafat, que Alá lo tenga en su gloria.
¿Y si, para celebrar tan grandes avances, nos casamos, nos unimos en civil y laico matrimonio? Sí, todos con todos. No, los homosexuales no se interesan demasiado por el asunto: hemos firmado la ley, pero no la aplican a menudo, son como son, prefieren vivir amancebados, si no en la orgía perpetua aquella de no sé qué escritor, seguramente francés. Lo que realmente queremos, aunque somos conscientes de que no se puede realizar un programa de máximos de un día para otro, es lo que adelanta el Estatut de Cataluña, uniones de todo tipo: altos con bajas y viceversa, blancos con negras y viceversa, el prejuicio nos es ajeno hasta el punto de parecernos bien que los musulmanes se casen con judías y viceversa, y también uno con muchas y una con muchos: lo de una con muchos se va a llevar menos que las bodas gay, pero lo de uno con muchas va a tener un éxito enorme, con la cantidad de mormones que están llegando a Tarifa. ¿Las mujeres? Protegidas por la ley de violencia de género. Ya nos inventaremos algo para proteger a los niños, aunque la LOGSE discrimine positivamente en su favor ante los malos tratos del profesorado. Estamos aquí para hacer normal lo que nosotros creamos en lo legal.
El presidente Zapatero sonríe, probablemente porque no sabe hacer otra cosa, pero también porque está encantado con todo esto. Nos está dejando en pelotas.
¡Vaya año!