martes, septiembre 13, 2005

[AR]Cataluña, selección de artículos

 


ABSURDA REVOLUCIÓN
ABSURDO:
Contrario y opuesto a la razón; que no tiene sentido. (DRAE)

REVOLUCION: Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación.(DRAE)
Ambas definiciones son aplicables a lo acontecido el 11M en Madrid.
Desde entonces trabajamos para conocer la verdad, honrar la sangre derramada, y defender nuestra LIBERTAD.



Hola ... ¿Qué tal? ... amigo,
¿Qué sabes del 3%?, ¿Y de Mohamed?
 
Si,  pero ...  "Tenemos un Rey muy republicano ... porque defiende los principios democráticos" ...  ja.




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Lo normal es celebrarlo



El Estatuto de Cataluña liquida España como nación
ENTREVISTA / Aleix Vidal-Quadras
Por Enrique de Diego
Epoca
Editado por Javier Sánchez Bujanda (PD)
Lunes, 12 de septiembre 2005

La entrevista tuvo lugar momentos antes de que diera comienzo el programa de Radio Intereconomía Más se perdió en Cuba (domingos, de 22 a 24 horas), y del que ambos somos contertulios. Vidal-Quadras es hombre sosegado, dado a la ironía, virtud de los hombres inteligentes y, en cuanto político, se sale de la degeneración ambiente.

Pretende comunicar, aclarar, no confundir, ni ocultar. La entrevista sale sola, porque Aleix Vidal- Quadras quiere hablar, considera que vivimos un momento histórico, en el que está dispuesto a asumir su propia responsabilidad. Tan decisivo que, a través de las ondas, indicó: “Si el Estatut sale adelante, el Rey debe abdicar”. Si suena fuerte, lo fuerte es la situación que se trata de ocultar.

Por eso, hizo un llamamiento “a que la ciudadanía se movilice”. Vidal-Quadras podría sestear en la comodidad de posición tan relevante como la de vicepresidente del Parlamento Europeo, pero está escandalizado, como catalán, con el nuevo Estatuto.

Es el retorno del vidalquadrismo, aquel discurso exitoso que abrió tantas esperanzas y que fue cercenado en aras del pacto político Aznar- Pujol. Uno tiene la sensación, tras la conversación mantenida, de que Vidal-Quadras está dispuesto a volver a la política catalana, y si no lo ha hecho hasta ahora ha sido por consejos bienintencionados de buenos amigos.

Sucede que la tentación empieza a ser demasiado fuerte, la sensación de Piqué está aniquilando al PP, demasiado intensa, y el riesgo de ruptura de España y de avance del peligro totalitario nacionalista, demasiado fuerte. Hay demanda y puede haber oferta.

Desde valores ilustrados

Aleix Vidal-Quadras puso al nacionalismo ante sus propias contradicciones y mostró cuán endebles eran sus calcañares de barro.

Lo hizo “desde la invocación de valores universales, ilustrados y liberales. Acabé con ese cliché de que un buen catalán ha de ser necesariamente nacionalista o próximo al nacionalismo, y reivindiqué una catalanidad compatible con el ser ciudadano español y con la Constitución 1978. De una Cataluña plural, integrada sin reservas en el proyecto español. Demostré que había un espacio amplio para la compatibilidad entre lo catalán y lo español".

"Para una crítica, implacable, como la que hice yo, de enorme dureza, de las bases ideológicas del nacionalismo. Éste se había presentado a símismo como un paradigma de democracia, y había convencido a sus propios adversarios políticos de que era así. Desafié ese tabú. Y dije que el nacionalismo era doctrina intrínsecamente perversa, totalitaria y muy peligrosa para las libertades".

"Ese discurso caló y triplicamos escaños: de 6 a 17”. “Movilizamos a una parte de la abstención. Tuvimos el voto del centro-derecha, clásico del PP y, además, una fracción no abrumadora, pero sí significativa de izquierda. Votantes, en las generales, del PSC o incluso de Iniciativa, en las autonómicas del 95 nos votaron a nosotros”.







Nosotros
XAVIER PERICAY
 Abc 12-09-05


HACE muchos años, en un día como ayer, la ciudad de Barcelona se habría llenado de banderas. Catalanas, por supuesto. Algunas habrían sido oficiales; otras, particulares. Todas verdaderas. Ayer, en cambio, Barcelona estaba llena de pancartas. Catalanas, por supuesto. Aunque la mayoría fueran escandalosamente anónimas, esas pancartas eran todas oficiales. Incluso lo era la que mandó desplegar Joan Laporta en el Camp Nou, y que reclamaba un nuevo Estatuto. Que nadie se engañe: tras más de veinticinco años de autonomía ya no queda en Cataluña rastro alguno de aquella sociedad emprendedora de otros tiempos.

Todas esas muestras de adhesión al proyecto de reforma estatutaria no obedecen a espontaneidad o libertad ningunas; son inducidas, serviles, falsas en su naturaleza. Como lo era, en el fondo, aquella carta en que los máximos representantes del empresariado catalán le pedían a su presidente un nuevo Estatuto. O como lo es el comunicado reciente de los rectores de las universidades catalanas. Por eso repugna el uso de ese «nosotros», implícito en la pancarta. Hace muchos años casi todos los catalanes querían un Estatuto. Básicamente, porque no tenían ninguno. Ahora que ya tienen uno, uno que funciona, van y se lo cambian. Y, encima, los meten en la pancarta.


 




¿Somos españoles los catalanes?
JORGE TRIAS SAGNIER

Abc 12-09-05

RICARDO Fornesa, presidente de La Caixa, se quejaba amargamente de que, con motivo de la opa de Gas Natural sobre Endesa, «algunos fuera de Cataluña adoptan actitudes excluyentes, como si no fuéramos españoles». Es evidente que Fornesa es tan español como los señores Pizarro, Oriol o Rato, y que lo mismo podría decirse de otros prohombres de la economía catalana como Rosell, Fainé, Gabarró o Brufau, algunos «ilustres leridanos» como los calificaba Lluis Foix en un sugerente artículo publicado en «La Vanguardia». Es evidente, también, que en circunstancias normales la opa de marras no hubiese adquirido el tinte político que ahora tiene. La Caixa, que controla Gas Natural, de acuerdo con el proyecto de Estatuto que pretende imponerse al resto de España bajo amenaza de secesión, dependerá de la Generalitat y tendrá un poder político sobre las cajas de ahorros todavía mayor que el actual. Como consecuencia de ello, y ya que parece que estamos en un periodo constituyente, la operación, aunque la intención de quienes la han ideado sea exclusivamente empresarial, adquiere una dimensión de enorme calado político, como ayer escribía Ignacio Camacho. Y ante todo este embrollo, me pregunto, al igual que Fornesa, lo siguiente: «Pero, los catalanes, ¿somos o no somos españoles?».

Los miles de catalanes que vivimos y trabajamos en Madrid está claro que siempre nos hemos sentido españoles. Obviamente excepto los «metropayeses» -en feliz expresión de Vidal-Quadras- con carné de diputado entre los dientes de la «Esquerra Republicana de Catalunya». Y que de ese mismo sentimiento goza la inmensa mayoría de catalanes que viven y trabajan en Cataluña. Sin embargo, ¡qué curiosa mutación se produce cuando quienes manifiestan ese sentir o, simplemente, interés de ser español, lo hacen en Cataluña! España, entonces, desaparece por completo. En todos los diarios catalanes la Generalitat publicó el viernes pasado un anuncio a toda página convidando a la ciudadanía al Acto Institucional con motivo de la «Diada Nacional de Catalunya» que se celebró ayer. Se comunicaba que iba a participar la «Orquesta simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya» y que la conmemoración finalizaría «amb la interpretació de l´himne nacional Els Segadors en la nova versió del Mestre Antoni Ros i Marbá i amb la hissada (izada) de la bandera de Catalunya». España, en suma, deja de existir en esos festejos nacionalistas que se organizan en frontal contradicción con la Constitución española de 1978. ¿No les parece milagroso a Fornesa, Brufau, Gabarró, Fainé o Foix que aun así se nos considere españoles a los catalanes, y que miles de millones de euros se sigan depositando en nuestras «caixas d´estalvis» (ahorros)? No hay duda: si un persa viajase a Cataluña, como ha escrito con rigor e ironía Porta Perales, llegaría a la conclusión de estar en un país distinto a España.


 
¿QUÉ ESTATUTO QUEREMOS?
DANIEL SIRERA.

Portavoz adjunto del PPC en el Parlament de Catalunya

Hace ya unos días que el gobierno tripartito de Cataluña, con Pasqual Maragall a la cabeza, anda desconsolado por las esquinas reclamando apoyos para conseguir «un nuevo Estatuto para Cataluña». Parece ser que dieciocho meses de ponencia y decenas de millones en campañas institucionales, autobuses publicitarios y viajes del Conseller de Relaciones Institucionales por España explicando el nuevo Estatuto no han sido suficientes para conseguir aprobarlo el pasado domingo, once de septiembre, tal y como anunció hace meses, la presidenta del grupo socialista en el Parlament, Manuela de Madre.

Maragall ha involucrado a los presidentes de las distintas confederaciones empresariales, a los sindicatos, a colegios profesionales y a clubes deportivos en su particular cruzada para conseguir un nuevo Estatuto para Cataluña. Resulta patético comprobar como la llamada sociedad civil catalana se deja llevar por el poder político de turno y cede, de forma sumisa, ante unos dirigentes políticos que necesitan aprobar un nuevo Estatuto -el que sea y al precio que sea- para justificar su sueldo.

El PSC ha inundado Cataluña de pancartas -que no se ha atrevido a firmar- en las que se lee «Volem un nou estatut per Cataluña». Muy bien, ¿Cuál? ¿El de los ministros Sevilla y Montilla o el de Maragall? ¿El de los Iceta, De Madre y Ferrán o el de Clos y Corbacho? ¿El de Carod o el de Bargalló? ¿El de Carretero o el de Saura? ¿El de Pujol, el de Mas o el de Durán? ¿Cuál de todos estos estatutos queremos? ¿Cuál de todos estatutos quiere Laporta, los sindicatos o la patronal?

La sociedad civil catalana se ha hipotecado para los próximos años firmando un cheque en blanco a un gobierno que hace meses que está en quiebra en lo que a su crédito político se refiere. El Estatuto que yo quiero para Cataluña y para los catalanes es un Estatuto que sea la expresión de la identidad colectiva de Cataluña, que defina sus instituciones y sus relaciones con el Estado en un marco de libre solidaridad con el resto de nacionalidades y regiones, una solidaridad que sea la garantía de la autentica unidad de todos los pueblos de España.

Quiero un Estatuto que defina como valores superiores de la vida colectiva de los catalanes, la libertad, la justicia y la igualdad. Un Estatuto que reconozca que catalán y castellano son lenguas oficiales -ambas- en Cataluña. Quiero un Estatuto que establezca que los ciudadanos de Cataluña son titulares de los derechos y deberes fundamentales establecidos en la Constitución y que, por tanto tenemos iguales obligaciones y derechos que nuestros hermanos de Valencia, Madrid, Galicia, Andalucía o País Vasco.

Quiero un Estatuto que determine que la Generalitat de Cataluña es competente en la organización de sus instituciones de autogobierno, en el desarrollo del derecho civil catalán, en cultura, investigación, régimen local, en urbanismo y vivienda, en espacios naturales y turismo, en obras públicas y carreteras, en aprovechamiento hidráulico, en pesca en aguas interiores y caza, en ordenación farmacéutica, en artesanía, en asistencia social, en juventud, en promoción de la mujer, en tutela de menores, en prisiones, en deporte, en espectáculos, casinos, juegos y apuestas, en seguridad ciudadana, en integración social de los inmigrantes, en industria, en agricultura y ganadería, en comercio interior, y un largo etcétera.

El Estatuto que yo quiero no sólo es posible sino que existe. Los catalanes así lo quisimos ratificándolo en referéndum popular el 25 de octubre de 1979. Bienvenido sea el nuevo Estatuto si somos capaces de ponernos de acuerdo para aprobar un texto que respete la Constitución, que garantice la solidaridad con el resto de comunidades autónomas de España y que responda a los intereses de los catalanes y no sólo a los de la llamada «clase política».

Si no somos capaces no va a ser ningún drama. Nuestro Estatuto tiene aún mucho camino por recorrer y debemos recorrerlo junto con el resto de pueblos que forman la España plural que consagra nuestra Constitución.



Un mamarracho en la Diada
ANTONIO BURGOS.

Abc 11-09-05

EN los días de incienso y naranjos en flor, las bandas cofradieras tocan «La Santa Espina» a ritmo de marcha procesional por las cuestas empedradas de los pueblos andaluces, en las calles de cal y rejas de ciudades a la vera de un río o de la ancha mar, sobre cuyas aguas camina de nuevo el reflejo de un Cristo crucificado. A nadie molesta y a todos emociona que suenen cornetas y tambores con la sardana a lo divino.

En justa correspondencia por este homenaje cofradiero andaluz a las músicas catalanas, la Inquisición de ERC ha declarado anatema la participación de la cantaora flamenca Mayte Martín en el programa de la Diada. En el Parque de la Ciudadela, la Generalidad ha organizado un concierto con María del Mar Bonet, Josep Carreras y Mayte Martín. Mayte Martín, como bien saben, es una opresora de la cultura catalana, y prueba de ello es que los españolistas le dieron el premio de la Lámpara Minera en La Unión. Es una traidora al tarro de las esencias de Macià, pues habiendo nacido en el Principado tiene la osadía de cantar flamenco. Sí, flamenco. ¡Y en castellano! Esa música que es la banda sonora de nuestros enemigos, de España. Comprendo que ERC considere intolerable esta provocación de cantar flamenco en un acto oficial. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Demasiado tuvimos ya con que Peret o El Pescaílla le pusieran el dignísimo apellido de «catalana» a una depravación cultural cual la rumbita flamenca. Si por lo menos Mayte Martín cantara letras flamencas en catalán... Pero no, quiere cantar en castellano la «Vidalita», una música opresora del imperialismo español. Inadmisible.

Lo siento mucho, pero al flamenco nunca llegará esta tiranía de la dictadura de la minoría separatista catalana de los gachós de la camisa negra, que parecen todos palmeros de Peret, aunque aborrezcan el cante. Ya aquel genio mundial que fue Benito Rodríguez Rey, El Beni de Cádiz, intentó cantar flamenco en catalán. El genial Beni dijo su «Ya soc aquí» en una entrevista en TVE, que verían en Cataluña, por lo que me extraña que insistan en el error. Beni tomó para interpretarlo en versión catalana sin subtítulos un fandango clásico: «Tengo un canario en mi cuarto/ que canta cuando te nombro./ Mira si te nombraré/ que hasta el canario está ronco,/ serrana, por tu querer». Beni de Cádiz, muy serio, muy profesoral, tras recitar el fandango en castellano, se dispuso a lo que quieren obligar a Mayte Martín: a cantarlo traducido sin subtítulos en catalán. Y con los tres mil años de su cultura gaditana, proclamó solemnemente en una versión libre para la radio de la gramática de Pompeu Fabra:

Chianti quand te nóm,

ting un canari en la alcoba

chianti quand te nóm.

Mira si te nomaré

que hasta el canari está afónic...

Y ahí Beni, con todo su saber de siglos, con su enorme respeto a la cultura catalana, en la que a los sones de «La Santa Espina» su Cristo viñero de la Misericordia se reflejaba en las aguas de la Caleta, en las que ponía su espuma el vaso de agua clara de Pemán; ahí, digo, Beni se rendía y entregaba la cuchara sin diccionario. Cortaba el cante y decía:

-¡Esto ni pega ni llega!

Tras lo cual, abriendo mucho sus ojos, grandes como bolas del mundo de la libertad, exclamaba sobre su propia obra:

-¡Qué mamarracho!

Lo que quieren hacer los inquisidores de camisa negra de ERC con Mayte Martín no es un error de papelería, ni un error de floristería, ni un error de ferretería, ni un error de pastelería, ni un error de flamencología. Digo como mi maestro El Beni: ¡qué mamarracho!



El PSC le ‘roba’ 350.000 euros a la Fundación Pablo Iglesias para destinarlos a la Rafael Campalans
Federico Quevedo
Lunes, 12 de septiembre de 2005


El peso del tripartito catalán se nota hasta en las subvenciones que el Estado concede a las fundaciones dependientes de los partidos políticos, y en concreto a las vinculadas al propio PSOE. Tras la victoria en las pasadas elecciones generales del 14 de marzo, la socialista Fundación Pablo Iglesias es la más beneficiada por las arcas públicas, por delante de FAES, la fundación del Partido Popular que preside José María Aznar, pero le ha tocado compartir el premio gordo.

El año pasado el PSOE recibió de los Presupuestos Generales casi 1,99 millones de euros, destinados íntegramente a la Fundación Pablo Iglesias, por detrás de los 2,59 millones que el PP obtuvo para FAES. En 2005 han cambiado las tornas, pero de los 2,43 millones que reciben los socialistas, 2,08 van a parar a la fundación del partido en Madrid y otros 350.000 euros se destinan a la Fundación Rafael Campalans, dependiente del PSC. Así, mientras los de Ferraz aumentan un 22,4% sus recursos, los de Génova pierden un 17,9% y se quedan con 2,12 millones.

Pero esta no es la única particularidad del reparto de fondos a modo de subvenciones que los partidos políticos reciben para sus fundaciones. El mayor aumento para este curso lo registra Esquerra Republicana de Cataluña, con una subida del 194,6%, al pasar de casi 49.000 a 144.000 euros para su fundación, President Josep Irla i Bosch. En el caso de ERC, el crecimiento se debe al aumento en el número de escaños, de uno a ocho, tras las elecciones de marzo de 2004. Pero, ¿y en el caso del PNV?

Según los datos del Ministerio de Cultura, la minoría vasca ha visto aumentar nada menos que un 45,14% sus ingresos vía subvenciones para la Fundación Sabino Arana Kultur Ikargoa, al pasar de 64.000 a 93.000 euros, a pesar de que su grupo parlamentario sólo ha obtenido un escaño más. No ha salido igual de bien parado el Bloque Nacionalista Gallego, que con un único escaño en ambas legislaturas, ha perdido un 40% de los fondos para la Fundación Galiza Sempre.

Otra curiosidad del reparto de fondos se da en Izquierda Unida. Además de perder un 34% de los mismos debido a la caída electoral, la coalición se ha sacado de la manga una nueva fundación con el objetivo, según las fuentes consultadas por este diario, de no cederle recursos a la Fundación Investigaciones Marxistas que dirige Francisco Frutos. Hasta ahora, IU repartía el dinero –347.000 euros en 2004- entre la citada fundación –317.294 euros el año pasado- y la Fundación Privada Nous Horitzons (ICV).

Este año, IU ha visto reducidos sus fondos a 229.000 euros, mientras que la fundación de ICV ha mejorado los suyos hasta los 51.872 euros. Los restantes 177.000 euros han ido a parar a la recién creada Fundación por la Europa de los Ciudadanos, dependiente de la propia IU que coordina Gaspar Llamazares. La de Investigaciones Marxistas, todo un clásico en el PCE y entre las fundaciones de izquierdas, se queda a dos velas.

Convergencia i Unió, que reparte sus fondos –184.579 euros- entre la Fundación Privada Ramón Trias Fargas (CDC) y el Institut d’estudis Humanistics Coll i Alentorn (UDC), ha visto reducidos sus recursos un 24,3%, mientras que la Chunta Aragonesista, con un único escaño en las dos legislaturas, ha mejorado un 10% los suyos para la Fundación Gaspar Torrente (20.823 euros). Del reparto total –5,28 millones de euros- se ha quedado fuera Coalición Canaria, que en 2004 recibió casi 45.000 euros.

Carlos Elías


 
Encerrados con un solo juguete
FELIX OVEJERO PROFESOR DE FILOSOFÍA, UNIVERSIDAD DE BARCELONA

Abc 12-09-05

EN un reciente artículo, Joan Saura, conseller de la Generalitat y presidente de ICV, expresaba su temor a que los continuos rifirrafes entre los partidos catalanes acerca del nuevo Estatuto acabasen por «frustrar las expectativas y desmovilizar a la ciudadanía». Según las propias encuestas de la Generalitat, el debate en torno al Estatuto no preocupa a los catalanes. Según dicen, Joan Saura es uno de los políticos catalanes con mayor sentido de la realidad.

Se confirma: la clase política catalana escucha tan sólo el eco de su propia voz. A veces, ni siquiera espera el eco. El mismo día que aparecía el artículo de Saura se hizo público un manifiesto a favor del todavía inexistente Estatuto firmado por una veintena de representantes del mundo empresarial catalán. Días después, Duran Lleida denunciaba que ese manifiesto había sido redactado por el propio Gobierno de la Generalitat.

Pero no todo son trampas. Es muy posible que Saura crea honestamente que a los catalanes la suerte del Estatuto nos quita el sueño. Suele pasar. En diverso grado, todos tenemos una natural disposición psicológica a creer que nuestro mundo es el mundo. Las embarazadas no ven más que embarazadas y cada cual está convencido de que no hay más problemas que los suyos. No es grave, incluso tiene sus ventajas. Otra cosa es cuando la fantasía se da entre los políticos. Entonces hay motivos para preocuparse por las alucinaciones. Ellos están para solucionar los problemas de los ciudadanos, no para trasladarles los suyos.

En el caso de los políticos nacionalistas, el irrealismo, además, es un nutriente inevitable. Como han recordado los estudiosos del nacionalismo, los nacionalistas se inventan la nación, en nombre de cuyo reconocimiento justifican su propia existencia. En esa labor, su actividad principal consiste en poner en circulación un lenguaje político cimentado en unos cuantos mitos. Si, además, disponen del poder y de la oposición, el aire del debate político se espesa sin apenas resquicios para la crítica. En Cataluña las múltiples cajas de resonancias, públicas y privadas, convenientemente engrasadas, han contribuido a difundir un motón de palabras que nada dicen o que se dicen mal («reconstrucción nacional», «normalización lingüística», «derechos históricos», «identidad», «discriminación positiva»), pero que todos invocan sin que nadie se atreva a hacer las preguntas inaugurales: ¿qué identidad?, ¿a quién se discrimina?, ¿qué nación? Naturalmente, recocidos en su propio caldo, los políticos creen confirmar sus delirios y siguen reclamando «el reconocimiento de la realidad catalana».

Entre tanto, la realidad en Cataluña sobrevive clandestina. Sólo de vez en cuando asoma la cabeza y ayuda a confirmar la falta de reflejos de una clase política a la que nadie nunca le ha pedido cuentas y siempre le han reído las gracias, que jamás ha respirado el aire de un auténtico control público. En una destilada síntesis, el «caso del Carmelo» mostró lo que da de sí: un presidente que, ante las críticas más tibias, se compara con «una mujer maltratada» reclama un pacto de silencio para salvar «el suflé catalán, porque si no, nos accidentaremos todos».

Ajenos a la maquinaria cortesana de propaganda, que ha funcionado sin tregua durante el último año, los ciudadanos confirman, con su desinterés por el Estatuto, lo que los indicadores empíricos revelan: los políticos catalanes viven en otro mundo y sus juguetes no les interesan a nadie. En realidad, tampoco a ellos les importa mucho el juguete. O por lo menos no les importa a todos. CiU a lo que espira es a que fracase lo más pronto posible y se convoquen unas elecciones que les permitan recuperar, en la compañía de cualquiera, el abrevadero del poder, el único que les garantiza la superviencia. Su estrategia es bastante clara: exigir el cielo a la espera de que «el rechazo de Madrid», esto es, del PSOE, revierta en un problema para los socialistas catalanes. Cuanto peor, mejor. Muy distinta era, en principio, la actitud de ERC, dispuesta a entibiar sus reclamos para que el Estatuto saliera. Necesitaba tiempo para consolidar su propio sistema clientelar, su hegemonía, en su propio léxico, y para que madurasen los frutos que esperaba recoger en el previsible «sálvese quien pueda» de una CiU alejada del poder. El Estatuto era tan sólo una herramienta, interesante pero provisional, para ir fijando las trincheras de su particular guerra de posiciones identitaria. Ahora bien, si sospecha que no ha de salir, cambiará radicalmente el guión y, a la hora de pedir, el cielo le parecerá poco ante el temor de aparecer cómplice y tibia ante su clientela electoral. Vamos, lo de siempre: en misa y repicando. Sólo ICV parece haberse creído desde el principio la mitología del Estatuto «como solución a los problemas de Cataluña» y está dispuesta a salvar como sea el Estatuto y la legislatura. ¿Y el PSC? Pues no se sabe. Convencido de que sería una simple arma política con la que reunir fuerzas frente a un Gobierno del PP, se embarcó en esta empresa dispuesto a cebar todas las fantasías, y ahora se encuentra, sin ningún aliado seguro, con que tiene que ir mitigando los entusiasmos sin que nadie, en Barcelona o Madrid, lo señale como responsable, ni de lo de antes ni de lo de ahora, de lanzar la carrera ni de frenarla.

Si alguien es capaz de encontrar un punto de equilibrio en ese conjunto de estrategias, que levante la mano. Lo que no quiere decir que no se llegue a un acuerdo. Pero será por otras razones, que poco tienen que ver con cómo se acabe de coser el Estatuto. Las más poderosas, las primitivas: la supervivencia, el suflé. Lo dijo Maragall en su día: «Poner vaselina a la situación, porque lo que está pasando no es bueno para nadie». Ahí tienen la explicación del seny, de la falta de crispación de la sociedad catalana, es decir, la protección de los intereses de la clase política, y, consiguientemente, de los estamentos que de ella se benefician.

La pregunta, naturalmente, es: ¿también esta vez sobrevivirá la clase política al espectacular ridículo de haber ocupado su tiempo y el de todos en inventarse un problema para el que no tienen solución? Desde luego, no faltan antecedentes: Banca Catalana, Casinos, Pallerols, Perpiñán. El ecosistema en el que han crecido requiere pocos talentos para sobrevivir.

De todos modos, esta apuesta es más seria. Su juguete no sólo tiene entretenida a la afición local. Esta vez es difícil rematar el número con un «¡Alehop, a otra cosa!». Esta vez no hay modo de acudir al habitual tono quejumbroso y echar la culpa a Madrid. Lo que está en crisis es su propia supervivencia. O al menos debería estarlo. En todo caso, pase lo que pase, lo que se va a medir es la salud democrática de la propia sociedad catalana. Si no es capaz de pedir cuentas, si una vez más la retórica de «anticatalanismo» se muestra eficaz para cancelar la exigencia de cuentas, quedará bien claro hasta qué punto el nacionalismo corrompe a la ciudadanía.



España, protectorado de Cataluña.
Enrique  de  Diego


ESD 12 de septiembre de 2005.  El mercadeo en que ha devenido el Estado de las autonomías, y que se está escenificando en el agujero de la Seguridad Social, por la mala gestión general, puede ocultar la grave ofensiva secesionista, que si bien se recrudece en el País Vasco -donde Ibarretxe insiste en su referéndum y ETA prepara una nueva generación de pistoleros con la kale borroka- es Cataluña la que ha tomado ahora la cabeza, con un Estatuto indignante, que se trata de vender mediante frases fáciles y hueras.

Estamos ante una secesión en toda regla, pues el nuevo Estatuto contiene más de cincuenta artículos tediosos y paranoicos declarando competencias exclusivas, situándose por encima de la Constitución y reformando todo el entramado estatal de leyes orgánicas.

Del conjunto de ellos se extraen dos conclusiones: la Administración del Estado desaparece literalmente de Cataluña, que pasa a ser "nación", como proclama el artículo 1, con todas sus consecuencias, y deja de haber legislación básica estatal, pues mediante la argucia de que la Generalitat es Estado, en el fondo y en la forma se asume la soberanía plena de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.

En este último terreno, se produce una completa segregación, por cuanto jueces y magistrados serán designados en oposiciones convocadas por la Generalitat, con la condición previa del conocimiento del catalán. Lo mismo sucede con notarios y registradores. El Tribunal Superior autonómico se constituye en Tribunal Supremo y lo mismo sucede con el Consejo Judicial catalán. Cataluña participará en las Olimpiadas. Recaudará todos los impuestos. E incluso, con eso de la nación de naciones, el Valle de Arán pasa a ser "realidad nacional" (lo que se niega, constantemente, a España).

El intento alcanza niveles de estafa, porque la separación se acompaña de un inusitado interés por mandar en el resto de España, por situar a España como un protectorado de Cataluña y el tripartito. El Gobierno de la nación deberá ir a la Generalitat para saber qué debe decir en Bruselas, pues la postura de Cataluña será determinante. La Generalitat nombrará representantes en el Tribunal Constitucional, y en todos los organismos públicos, incluidos empresas de titularidad estatal.

Lo enervante de la situación es que el Gobierno de la nación, cuyo titular es Zapatero (un político profesional), lejos de defenderla, se dedica a desarmarla y a preparar a la opinión pública para cesiones que terminarán haciendo imposible la convivencia. Según el presidente Rodríguez, "Cataluña quiere más autogobierno para ir de la mano de España". Sólo sabe hacer frases que no alcanzan el nivel intelectual de la chorrada.


 
La diagonal
IGNACIO CAMACHO

Abc 11-09-05

La ofensiva sobre Endesa, pilotada por la gran caja catalana, ha sido entendida de manera casi unánime como una segunda oleada de esta estrategia destinada a volcar sobre Barcelona la primacía estructural de los grandes parámetros de la economía española

LA más perniciosa consecuencia de la irresponsable deriva emprendida por el Gobierno en la cuestión territorial ha sido el palmario rebrote de la desconfianza ciudadana en el equilibrio del Estado. Hasta que Zapatero comenzó a permitir a Maragall la reapertura del debate de los privilegios zanjado en la Constitución y los Estatutos de ella derivados, los españoles venían aceptando con relativa tranquilidad que la habitual voracidad de los nacionalismos periféricos estaba razonablemente contenida en los moldes de un mecanismo de solidaridad nacional. Pero en cuanto el fantasma federal ha asomado el pico de la sábana bajo la reclamación estatutaria catalana -por no hablar del tirón secesionista de Ibarretxe-, los demonios de la insolidaridad han empezado a golpear la tapa de la caja en que durante un cuarto de siglo los había encerrado el pacto constitucional.

Suele darse en estos casos un mecanismo de acción-reacción que, si se deja al albur de los acontecimientos, acaba inoculando en la médula de la conciencia cívica un virus de enfrentamiento y desconfianza. Conviene decir, a tal respecto, que ese inquietante clima de suspicacia y zozobra lo han resucitado quienes sin recato aprovechan el plan rupturista de Zapatero para proclamar sin ambages su voluntad de exclusión y alejamiento del proyecto común en que nos hemos embarcado en los últimos veinticinco años. A partir de esa manifiesta tensión centrífuga, resulta difícil pensar que el resto del país pueda contemplar de manera sosegada la cada vez más evidente trayectoria de quiebra del equilibrio establecido en el mapa autonómico de España.

En condiciones normales, digamos como las que gobernaban la escena pública antes de que el presidente del Gobierno emprendiese su plan neoconstituyente, un episodio como el de la opa hostil de Gas Natural sobre Endesa no habría pasado de la condición de terremoto económico con serios problemas para encajar en el marco de la libre competencia, o de una de esas batallas por el control de las grandes corporaciones que de vez en cuando sacuden la atmósfera de los despachos de la City madrileña, trasladados en los últimos tiempos a refulgentes edificios de las afueras de la capital. En las actuales circunstancias, sin embargo, es prácticamente imposible aislar el análisis de esta ofensiva financiera de las condiciones políticas en que se viene planteando la estructura del poder en España.

Y ello no sólo porque, desde los tiempos de Duran Farrell, y desde luego desde los de Jordi Pujol, el «establishment» catalán haya pujado con fuerza por el control del sector energético nacional como soporte de su primacía industrial y económica. Sino, sobre todo, porque por primera vez en mucho tiempo, con mucha más fuerza que cuando González y Aznar se vieron obligados a pactar con el pujolismo para apuntalar sus mayorías relativas en los años noventa, la opinión pública tiene perfecta conciencia de que los poderes catalanes se saben ante una oportunidad histórica.

A nadie se le escapa el enorme conglomerado con vocación de liderazgo que la burguesía catalana ha construido en torno a La Caixa, lanzada en los últimos tiempos a un acelerón hegemónico sin tapujos en el mapa industrial y financiero. Pero menos aún es disimulable la comodidad con que esta vocación está tomando cuerpo desde que el «lobby» catalán logró situar al inteligente y eficaz José Montilla al frente del Ministerio de Industria, en paralelo a la influencia que el proyecto de revisión estatutaria de Maragall cobraba en el debate angular de la política española.

El relevo de Alfonso Cortina por Antoni Brufau al frente de Repsol representó en este sentido un primer gambito de apertura en el que la partida de ajedrez por el control de la influencia económica comenzó a decantarse del lado del nuevo «statu quo» propiciado con el visto bueno del Gobierno socialista. La Caixa tomaba posiciones directas en un movimiento de avance sobre la nomenclatura diseñada por Rodrigo Rato -que, por cierto, está que brama en privado desde su lujoso despacho del FMI en Washington DC- en las grandes empresas privatizadas por el Gobierno de Aznar. La ofensiva sobre Endesa, pilotada por la gran caja catalana a través de Gas Natural, ha sido entendida de manera casi unánime como una segunda oleada de esta estrategia destinada a volcar sobre Barcelona la primacía estructural de los grandes parámetros de la economía española.

Tan peligroso o más que este desplazamiento de ejes es el fenómeno que subyace a movimientos como el de la opa sobre la eléctrica líder, y que no es otro que la utilización subterfugial de entes de finalidad bien precisa, como las cajas de ahorros, para reconstruir un sector público desmantelado por Aznar con indudable éxito para la liberalización de nuestra economía. Se trata de una trampa de sumo peligro, pues no sólo viene a renacionalizar los sectores privatizados, sino que encima lo hace bajo la influencia de unas autonomías caracterizadas por su voracidad en el gasto y, en casos muy señalados como Cataluña o el País Vasco, por su declarado desapego al proyecto colectivo de España.

De ahí que la maniobra sobre Endesa no haya podido pasar ante la opinión pública como la simple dentellada de una pujante corporación industrial que -contra la doctrina del Libro Blanco de la Energía auspiciado por José Montilla- abre sus fauces por las bravas sobre una eléctrica gigantesca, lastrada en los últimos años por una palpable falta de dinamismo. Y los primeros en verlo de otro modo han sido ciertos medios de comunicación barceloneses próximos al tripartito de Maragall y Carod, que no han dudado en tildar el envite de «jaque catalán» contra la «caverna mesetaria».

Aunque a partir de este primer asalto es probable que los avatares de la célebre opa se encaucen por una lógica más directamente financiera, y aunque el Gobierno haya procurado con delicadeza no aparecer como muñidor de una maniobra que evidentemente le complace sobremanera, la sensación de estar ante una operación de estrategia política ha calado ya en la sociedad española. Y los demonios de la desconfianza han saltado a sus anchas por la piel de la nación, estimulados por la lluvia de reclamaciones, bravatas, presiones y zarandeos que últimamente proviene del noreste con la reiteración de una tormenta.

El peligro de esta clase de climas es que deriven en episodios de visceralidad colectiva, como ocurrió con la campaña contra el cava que golpeó al sector vinícola catalán en las pasadas navidades. De ahí la cautela con que los directivos de La Caixa han empezado a dirigir sus pasos en la última semana, preocupados ante la posibilidad de que la ira «mesetaria» acabe perjudicando a su ejemplar trayectoria financiera en todo el territorio español.

Pero las cosas son como son, y no como uno pretende que sean. Cuando los empresarios catalanes, y hasta la directiva del FC Barcelona, se manifiestan a favor de un nuevo Estatuto que España percibe como claramente lesivo para el equilibrio nacional; cuando Carod y sus «camisas grises» levantan día sí y día también amenazas chulescas sobre la cohesión del Estado; y cuando el Gobierno mismo decanta de manera inequívoca sus prioridades hacia ese conflicto claramente artificial, es casi imposible pedir a la opinión pública que no caiga en reduccionismos ciertamente primarios. Porque lo que esa opinión pública constata es que Zapatero y sus aliados quieren dibujar en el mapa político de España una diagonal de privilegios que baja desde el Cantábrico hasta el Mediterráneo siguiendo el curso del Ebro, y por debajo de la cual puede quedar un amplio territorio claramente condenado a una segunda velocidad política y económica. Una sensación que los brillantes ejecutivos que plantan sus reales en otra Diagonal, la señorial avenida barcelonesa, deberían calibrar para medir el verdadero impacto de sus decisiones estratégicas.



CON LUPA
Carta a Joan Laporta, a cuenta de la puesta del F.C. Barcelona al servicio
de los intereses del tripartito

Lunes, 12 de septiembre de 2005

Estimado señor Laporta,

No tengo el gusto de conocerle, aunque podría decir que le conozco bastante, al menos en su aspecto físico, dada la notoriedad de que hoy disfrutan los presidentes de los grandes equipos de fútbol, a pesar de que a menudo no sean precisamente personajes ejemplares, pero sí le conozco bastante si a la conseja evangélica del “por sus obras les conoceréis” he de atenerme.

Confieso que después de la desastrosa gestión y esquizofrénica conducta de su antecesor en el cargo, su elección me pareció, como poco, un mal menor. Parecía imposible hacerlo peor que el señor Gaspart. Desde entonces, el Barcelona parece haber recobrado el pulso en el aspecto deportivo, aunque la esquizofrenia no ha desaparecido o, en todo caso, parece haber tomado otros  derroteros, tal vez incluso más peligrosos que el consuetudinario disgusto de no ganar una liga.

Me refiero, claro está, a sus coqueteos con el nacionalismo catalán. De eso va esta carta abierta. Un servidor se enganchó de por vida al virus blaugrana en los años sesenta, cuando acudió a Barcelona a estudiar Náutica en la escuela de la vieja y hermosa Plaza de Palacio. En aquellos años asistí al final de la carrera de un tal Evaristo y un tal Kubala, entre otras maravillas de la época. Naturalmente, al debut de Carles Rexach.

Frente a aquel Madrid, reducido entonces a su condición de auténtico poblachón manchego, aquella era una Barcelona maravillosa y hasta cierto punto anárquicamente abierta al mundo, una ciudad moderna que en muchos aspectos parecía vivir al margen del franquismo, una ciudad viva, punzante, dinámica, en la que, de espaldas al oscurantismo de la época, todas las opiniones tenían cabida. En aquella Barcelona volcada al mar, además de asistir de cuando en cuando a los partidos del Barça, uno se acostumbró a correr delante de los caballos de los grises en las primeras revueltas estudiantiles por la Plaza de la Universidad y aledaños.

Desde entonces a esta parte, fundamentalmente desde la muerte del dictador, los españoles que amamos Cataluña, sentimos los colores del Barça y nos ganamos la vida en Madrid, hemos venido asistiendo a un curioso proceso en sentido contrario. Barcelona ha ido perdiendo el nervio y la textura de la gran ciudad abierta que fue, para convertirse en un lugar más y más cerrado, mientras Madrid ha hecho el camino al revés.

El fenómeno, a mi entender, tiene un nombre o, mejor dicho, un responsable, y se llama nacionalismo, ese nacionalismo que recorta todos los perfiles, allana las diferencias, entierra la libertad, exalta la igualdad, anula la fantasía de discrepar, exige fidelidad, acaba con los olores, sabores y colores, porque quiere que todo huela, sepa y parezca idéntico. Porque todo tiene que ser simplemente nacionalista.

El Barça, por fortuna, ha seguido también el camino contrario, para convertirse en un gran club con presencia y vocación internacional, acorde con su denominación fundacional (Football Club Barcelona) y el nombre de su primer presidente (Walter Wild). En más de 100 años de existencia (1899), el Barcelona ha crecido hasta contar con más de 110.000 socios, con el campo de fútbol más grande de Europa, con más de mil peñas y con cientos de miles de seguidores distribuidos por España y resto del mundo.

Pues bien, es este club universal al que usted pretende poner ahora, o eso parece, al servicio de los intereses políticos de unos cuantos, unos pocos líderes que practican el nacionalismo como verdad revelada en sus distintas variantes, desde la derecha de CiU hasta la izquierda radical de ERC. De eso parece que se trata: de poner un club catalán, español y universal al servicio del Estatut, aunque nadie sabe en realidad de qué Estatut, si del de Maragall, el de Carod, el de Mas, o cualquier otro.

Y desde aquí quiero decirle, señor Laporta, que no tiene usted ningún derecho a hacer eso: no hay título capaz de avalar el dislate de intentar poner un proyecto centenario, que une e ilusiona a centenares de miles, a millones de personas dentro y fuera de España, al servicio de las ambiciones y ensoñaciones de una elite con vocación de cabeza de ratón, una elite cuya voracidad de poder no conoce límites, empeñada en dividir y separar, justo lo contrario de lo que es y ha sido el Barça, un proyecto que une en la alegría de las victorias y en la tristeza de las derrotas por encima de fronteras y vallas ideológicas.

De manera que si usted mete al Barça por los estrechos caminos de ese nacionalismo reductor, usted le hará un daño incalculable a esa vocación de universalidad que animó el espíritu fundacional del Barcelona, y a los cientos de miles de seguidores que amamos los colores blaugranas por encima de las ideologías nos obligará a replantearnos nuestra situación y quizá a
dejar de sentirnos identificados con esos colores, un atropello, dicho sea de paso, que nosotros estamos en la obligación de evitar haciendo que sea usted quien abandone el club antes que sus seguidores.

Suyo afectísimo,



Persecución lingüística en la escuela catalana
   
Cierto. En un principio los catalanistas hablaban de recuperar el catalán para que todos los niños lo supieran y lo pudieran utilizar en igualdad de condiciones con el castellano.
Una vez conseguido a través de la la inmersión, (aunque sea una imposición y una injusticia, es un sistema muy efectivo). En realidad, lo que sucede  no es que se quisiera recuperar el catalán, sino arrinconar o eliminar de la vida pública el uso del castellano para poder inventar una NACiÓN ensoñada por unos auténticos y peligrosos iluminados.

Propongo que todos los profesores que estamos en esta situación (Secundaria) organicemos una respuesta conjunta ante las presiones que ya están llegando a los centros.
Si no organizamos una respuesta conjunta, irán o iremos cayendo uno a uno. Es lo que han hecho en Primaria y es lo que van a hacer en Secundaria

¡ INSUMISIÓN A LA INMERSIÓN !

Artículo publicado en la bitácora bye bye spain:
Persecución lingüística en la escuela catalana

No contentos con las oficinas de control lingüístico de la población, el Gobierno autonómico catalán anuncia nuevas multas, esta vez en las escuelas.

La consejera de Educación del tripartito catalán da un nuevo paso en la persecución étnico-lingüística de los ciudadanos de Cataluña: su gobierno estudia un decreto para aplicar las multas lingüísticas también en la escuela:

“Velaremos por el cumplimiento de la ley de política lingüística que dice que el catalán es la lengua vehicular en la escuela y por esto sacaremos adelante un decreto que despliegue la ley y regule los derechos lingüísticos de los alumnos. Incluirá criterios más exigentes en los niveles de conocimiento del catalán del profesorado. Este curso seremos especialmente
incisivos en los institutos, puesto que es dónde el agujero es más importante. Y si ha de haber sanciones porque no se hacen las clases en catalán, las habrá.”

El periodista que entrevista a la consejera le comenta que fuera de las clases, donde el catalán es obligatorio y constituye la única lengua del sistema escolar incluso por encima de la voluntad de los alumnos y los padres, los niños suelen usar mayoritariamente el castellano. ¿Cómo controlar la lengua que hablan cuando están fuera de las aulas?

“Se tiene que potenciar la utilización del catalán entre los alumnos. Se les tiene que dar el conocimiento, como hace la escuela, pero también se tiene que promover que [el catalán] sea su lengua de uso común. Se pondrá en marcha un plan de actuaciones por consolidar y potenciar el uso del catalán a los centros educativos.” ("Si cal, hi haurà sancions per no fer les classes en català")

El año pasado los nacionalistas vascos se plantearon el mismo dilema y terminaron colocando vigilantes lingüísticos en los recreos de lo colegios con la misión de vigilar la lengua que utilizan los alumnos y convencerles para que se pasen al vasco si están hablando castellano.

Conviene recordar que en Cataluña y el País Vasco existen ya oficinas de control lingüístico de la población. En el caso catalán están autorizadas a denunciar y multar y cualquiera puede de manera anónima delatar a empresas y ciudadanos.

También hay que recordar que el castellano es, según los más recientes estudios elaborados por las propias autoridades catalanas, la lengua mayoritaria de los ciudadanos de Cataluña, aunque prácticamente el 100% conoce y entiende el catalán (es obligatorio en la escuela, donde se ha convertido en la lengua única). El secretario de Política lingüística, Miquel Pueyo, reconoce que el 99,5% de los jóvenes entiende el catalán, el 98,6% lo habla, el 99,5% lo lee y el 99% lo escribe (Avui, 29.4.05).

Los documentos oficiales señalan el uso mayoritario del castellano entre los ciudadanos de Cataluña cuando los gobernantes no interfieren y la gente puede elegir libremente su lengua. Los estudios señalan que, cuando se les pregunta, los ciudadanos responden que la lengua propia de Cataluña es el catalán, que es la posición que mantiene el Gobierno regional, todos los medios de comunicación catalanes, la radio y la televisión pública y todo el sistema educativo. Pero cuando se les requiere la lengua que utilizan cuando pueden elegir libremente, es decir, en su vida privada, el resultado es muy otro.

Según la última Estadística de Usos Lingüísticos en Cataluña, el catalán es considerado como la lengua propia del 48,8% de la población residente, mientras que el castellano lo es del 44,3%. Pero cuando se investiga la lengua que realmente se habla surge la realidad: la primera lengua hablada en casa por los catalanes es el castellano en un 53,4%, y el catalán en un
43,2%.

25 años de propaganda, presión y control nacionalista pagado con dinero público para arrinconar el castellano solo han servido para que muchos jóvenes de Cataluña consideren que el catalán es una losa y un instrumento ajeno a sus vidas reales y a sus intereses. No se pude luchar contra la libertad individual, pero los nacionalistas lo ignoran. También lo ignoraban
los franquistas.

Recientemente el Gobierno autonómico catalán decretó que los maestros catalanes deberán informar por escrito acerca de cuál es la lengua que emplean en sus clases y también en el resto de sus actividades, incluidas reuniones de trabajo y entrevistas con los padres. En todos esos casos el uso del catalán es obligatorio. También cuando el interlocutor, sea niño o
adulto, no lo entienda (El tripartito catalán incrementa el acoso al castellano).

También se ha decretado la obligatoriedad del catalán en todas las universidades privadas. El Consejo Interuniversitario catalán ha acordado exigir a los profesores universitarios el dominio del catalán. Esta medida se aplica al profesorado de los centros públicos y también de los privados y a ella deben someterse todo el personal docente, catedráticos, profesores titulares de escuelas universitarias, contratados laborales, colaboradores permanentes y temporales, etc.

El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha condenado a la Generalidad por su política lingüística en los centros escolares, pero el consejero jefe, Bargalló, ya anunció a principios del curso pasado que el Gobierno autonómico no acataría las sentencias.

En la categoría Lenguas se pueden encontrar las noticias y comentarios relacionados con el nacionalismo y la educación publicados en BBS durante el curso escolar 2004-2005.






Lo normal es celebrarlo

Barcelona 12 de Octubre de 2005
Concentración de coches y motos

se ruega traer banderas españolas
sin ningún tipo de simbología

Si eres español ¿Porqué no?
Si vives en Guadalajara, Galicia, Salamanca, Madrid, Valencia, ...
¿Porqué no?

Hora exacta de la concentración 11:30h.
Lugar: Palacio Real / Avenida Diagonal
Salida de la caravana: 12:00h.

Seguiremos informando.








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