Interior sigue igual de 'ejemplar' El PP reivindica a 'Pepunto' Rubalcaba
24/12/2011
Muchos ministros del nuevo Gobierno podrían haber formado parte de los gabinetes opusdeístas de Carrero o del Plan de Desarrollo de López Rodó. Unos pocos, en especial De Guindos y Montoro, revivirán en Europa los retos que afrontaron Alberto Ullastres y los tecnócratas del Plan de Estabilización. Pero hay dos ministros -Gallardón en Justicia y Jorge Fernández Díaz en Interior- que Rajoy parece haber conservado para el PSOE. Si el ruinoso y liberticida ex alcalde de Madrid elogió sin tasa a su predecesor Caamaño, Fernández Díaz fue más allá en su toma de posesión: proclamó que el comportamiento del Ministerio bajo Rubalcaba ha sido «impecable», «ejemplar» y «respetuoso con el Estado de Derecho». El encubrimiento del 11-M, la negociación con ETA, la «verificación» de su «desarme» o el caso Faisán lo prueban.
Evidentemente, si Fernández Díaz dice la verdad, el PP es una banda y Gil Lázaro es un calumniador que ha perseguido semanalmente al inocente Rubalcaba. Si miente, es que va a continuar la línea de RcBc: tratos con ETA, tierra sobre el 11-M, sordina sobre el Faisán y medallas a Gómez Bermúdez.
Blandos o duros, menores o importantes: desacuerdo
24/12/2011
Abría el fuego, como era de esperar, Federico Jiménez Losantos en sendos artículos. Primero, en LibertadDigital.com: «Hay dos excepciones, que debían abordar el reto más importante, si no más urgente, que tiene ante sí Mariano Rajoy: la despolitización de la Justicia, la limpieza de las cloacas de Interior y la investigación real del 11-M y el caso Faisán, máxima expresión delictiva y delictuosa del arreglo del Gobierno del PSOE con la ETA en estas dos legislaturas. La elección, en ambos casos, no ha podido ser peor. Si Jorge Fernández en Interior garantiza la continuidad en todo y la limpieza de nada, Gallardón en Justicia es garantía de injusticia, de politización, de desprecio a las víctimas del 11-M y de incompatibilidad con la libertad de expresión». Y luego, tras la toma de posesión, en EL MUNDO: «El discurso de Fernández Díaz elogiando a Rubalcaba y el pomposo ditirambo de Gallardón a Caamaño aseguran que el Gobierno del PP va a continuar la negociación con ETA emprendida por el PSOE; que de ilegalización de Bildu, nada; que de templar gaitas con Amaiur y el PNV, todo».
Otra visión bien distinta, la de Carlos E. Cué en El País, minimizando a Gallardón y endureciendo a Fernández Díaz: «Otra de las sorpresas, por el escaso papel que parece tener, es Alberto Ruiz-Gallardón, un peso pesado que va a Justicia, sin apenas competencias. (...) Jorge Fernández es el más conservador del Ejecutivo. Está muy vinculado a las posiciones de la Conferencia Episcopal. Su colocación en Interior es un gesto: un duro que no será criticado por algunos medios se encargará de dirigir la política más delicada, la posibilidad del acercamiento de presos de ETA o terceros grados».
Javier Casqueiro seguía por esa senda: «El nombre elegido fue el de Jorge Fernández, pero Rajoy dudó. Pensó durante mucho tiempo para esa función en otra persona de su absoluta confianza y amistad, como la gallega Ana Pastor. El perfil personal de ambos es similar en su cercanía sin matices al líder, pero Fernández tiene unas aristas políticas más duras, quizá más del agrado de la línea mediática.
Melchor Miralles manifiesta su apoyo "a todas las víctimas del 11-M"
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El general de la Rovere
Luis del PinoEditorial del programa Sin Complejos del sábado 24/12/2011
El general de la Rovere es una película de Roberto Rosellini con guión de Indro Montanelli y protagonizada por Vittorio de Sica, que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia de 1959.
Ambientada en la época de la Segunda Guerra Mundial, en esos años postreros en los que los aliados han desembarcado ya en el sur del Italia y los alemanes controlan aún el norte, la película narra la historia de Emanuele Bardone, un estafador italiano carente por completo de escrúpulos, que no duda incluso en timar a los familiares de los presos políticos, prometiéndoles una ayuda para sus allegados que no está en disposición de prestar. Cuando los nazis le detienen, le ofrecen condonarle sus delitos a cambio de su colaboración, aprovechando sus grandes dotes de actor.
El pacto que proponen a Bardone es infiltrarle en la prisión italiana de San Vittore haciéndole pasar por el general de la Rovere, un militar antifascista. El objetivo es que Bardone se gane la confianza de los reclusos y ayude a los nazis a localizar a los miembros de la resistencia y a averiguar la verdadera identidad de un misterioso cabecilla, del que la Gestapo solo sabe que responde al alias de "Fabrizio".
Y, en efecto, Bardone es llevado a la prisión con la falsa identidad del prestigioso general, convirtiéndose de inmediato en un símbolo de autoridad para los que están con él encarcelados.
Pero el estafador Bardone comienza a cambiar también al contacto con los reclusos, y empieza asumir de forma cada vez más sincera su papel de referencia moral de aquellos prisioneros, su papel de general de la Rovere.
No les cuento más del argumento para no arruinarles la película, porque merece la pena que se hagan con ella y la vean. O mejor aún, que compren la novela de Indro Montanelli, que describe al protagonista y sus peripecias en la cárcel de forma todavía más interesante. Tan solo les diré que todo el plan de los nazis para descubrir a "Fabrizio", ese misterioso líder de la resistencia, empieza a torcerse cuando aquel estafador de Bardone, aquel perfecto canalla, aquel consumado actor, termina interiorizando la personalidad del general de la Rovere, y a comprender lo que es comportarse con auténtica dignidad y con verdadero patriotismo.
La película y la novela merecen la pena por el retrato que hacen de la transformación del protagonista, y porque plantean un tema enormemente interesante: el cómo las personas somos, en muchas ocasiones, prisioneras de nuestro propio papel. Y cómo, a veces, los individuos pueden verse inducidos a exhibir unas virtudes de las que en realidad carecen, simplemente porque eso es lo que de ellos se espera.
Esta semana hemos asistido a la investidura de Rajoy como presidente, al nombramiento del nuevo gobierno y a las primeras declaraciones de los recién elegidos ministros. Y las sensaciones iniciales no han sido precisamente buenas.
El discurso de investidura de Rajoy fue decepcionante, centrado como estuvo en los aspectos económicos y sin la más mínima mención a los graves problemas políticos que nuestro país padece: desde la corrupción a las imposiciones nacionalistas, pasando por la verdad pendiente del 11M o la ilegalización del brazo político de ETA.
Menos aún me gustó el nuevo presidente en las réplicas a los distintos grupos parlamentarios, en las que pudimos ver a un Rajoy obsequioso y amable con los nacionalistas, pero soberbio y despectivo con UPyD. Si Rajoy piensa que el enemigo es UPyD, y no los nacionalistas, entonces es que tenemos un verdadero problema.
La decepción se tornó en espanto al ver el modo en que Rajoy comunicaba los nombres de los nuevos responsables ministeriales y al conocer quiénes habían sido los agraciados. Junto a un equipo económico brillante, Rajoy ha procedido a nombrar una serie de ministros para los puestos más políticos que apuntan a la existencia de un pacto entre los dos partidos mayoritarios para que no se levante ninguna alfombra y para que no se deshaga nada de lo que con ETA se ha negociado, lo que constituiría una auténtica bofetada para muchos electores del PP. El caso más sangrante es, sin duda, el nombramiento como ministro de Justicia de un Alberto Ruiz Gallardón que se caracteriza por no haber podido encontrar, en siete años, un solo minuto en su apretada agenda para reunirse con la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M.
Ese espanto se vio corroborado el jueves por las primeras declaraciones del nuevo ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, al que no se le ocurrió otra cosa que decir que el trabajo de sus antecesores, Rubalcaba y Camacho, había sido ejemplar, y que el Ministerio de Interior socialista no había dejado nunca de lado el estado de derecho. Con lo cual estaba dando por buena toda la actuación del PSOE en materia de negociación con ETA y se estaba cargando de un plumazo toda la labor parlamentaria que el diputado popular Ignacio Gil Lázaro ha realizado en estos años para tratar de esclarecer el caso Faisán.
La única nota de esperanza en estos primeros días del nuevo gobierno la ponía ayer la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, auténtico "hombre fuerte" del gabinete, que en la rueda de prensa posterior al primer consejo de ministros se comprometía, a preguntas de los periodistas, a reformar la Ley del Aborto y mostraba la disposición del Gobierno a colaborar con la Justicia en los temas relativos al caso Faisán y al 11-M. En concreto, al ser preguntada por el 11-M, la vicepresidenta rompía el discurso del gobierno anterior y manifestaba que el nuevo gabinete colaborará con los procedimientos judiciales "para que se conozca la verdad y se haga Justicia".
Esas palabras de Soraya Sáenz de Santamaría son solo eso, palabras, y habrá que esperar a los hechos para ver si se concretan en algo, pero en lo que al 11-M respecta es cierto que vienen a romper el discurso del anterior gobierno, que se centraba en decir que en el 11-M todo estaba claro.
¿Cuáles son las verdaderas intenciones del PP? ¿Tapar el 11-M o intentar que conozcamos la verdad? Pues déjenme que les dé mi opinión: en el tema del 11-M, como en el tema de la negociación con ETA, el PP se decantará por el camino de menor resistencia. Y el que se decida por una u otra de esas dos posturas entre las que se debate, dependerá de las presiones que reciba de uno y otro lado. Es decir, dependerá de que aquellos que deseamos conocer la verdad y aquellos que no admitimos componendas con asesinos seamos capaces de presionar con más fuerza que los que pretenden que el PP de por bueno todo lo que el PSOE ha hecho en ambos campos.
El PP actual, por desgracia, y a diferencia del PSOE de Zapatero, no es un partido de carácter ideológico, sino pragmático. Y no va a plantear ninguna batalla que sus votantes y la sociedad civil no le exijan. Pero a nuestro favor juega el hecho de que el PP es prisionero de su propio papel. Aunque careciera de ideología, no tiene más remedio que aparentarla. Intentar tapar el 11-M o negociar con ETA puede que le saliera gratis al PSOE, pero para el PP sería letal de cara a una parte nada desdeñable de su propio electorado.
Por tanto, está en nuestra mano aprovechar ese hecho y poner al nuevo gobierno frente al espejo de su propia imagen pública.
Mucho me temo que en el PP anida el alma de un Emanuel Bardone, un superviviente nato dispuesto a todo por ganarse la vida un día más. Pero a nosotros, a los prisioneros de esta apoteosis de injusticia que nos ha tocado vivir, nos corresponde conseguir que ese Emanuel Bardone saque a la luz el general de la Rovere que lleva dentro. Aunque sea contra su propia voluntad.